Llegó la hora de la cochinilla
Llegó la hora de la cochinilla. Las cochinillas, esas diminutas «chupa-savias» que infestan nuestros bonsáis, son una de las plagas más frecuentes en este arte milenario. Se esconden con maestría entre las agujas de los pinos o se camuflan como rugosidades en la corteza del árbol, pasando desapercibidas ante ojos inexpertos. Algunas presentan formas curiosas, semejantes a la concha de un mejillón en miniatura, y al observarlas, uno duda si están vivas o muertas. Pertenecientes al extenso orden de los hemípteros, junto con pulgones y ciertas moscas blancas, la familia de las cochinillas (Coccoidea) abarca una multitud de especies. Por su modo de alimentación y reproducción, causan estragos en cultivos agrícolas y forestales, afectando también, potencialmente, a nuestros preciados bonsáis. Cochinilla de especie Icerya. Saissetia oleae o cochinilla del olivo. Estos pequeños invasores que se despliegan por el mundo entero, son una plaga silenciosa y persistente. Sus hembras, protegidas por escudetes y caparazones, dejan rastros visibles durante todo el año, especialmente en rincones resguardados de la lluvia y el viento. En el arte del bonsái, estas criaturas encuentran un paraíso particular, sobre todo en aquellos árboles cuya densa copa impide la adecuada circulación del aire. Es en esos refugios sombríos donde las cochinillas prosperan, convirtiendo el interior de la copa en un hábitat ideal para diversas especies. Estas plagas, aunque diminutas, representan una amenaza constante para la salud y estética de los bonsáis, requiriendo vigilancia y cuidado por parte de los cultivadores. Leucaspis sobre agujas de pino. En coníferas de escama como algunos tipos de juniperos se pueden confundir con un efecto fisiológico de estas plantas. Especies más frecuentes que amenazan nuestros bonsáis. Las cochinillas se presentan como minúsculos actores, generalmente de menos de 3 milímetros. Estas criaturas exhiben un marcado dimorfismo sexual que dificulta asociar al macho con la hembra de una misma especie. Las hembras, responsables de los daños en las plantas, poseen un caparazón aplanado resultado de la fusión de cabeza, tórax y abdomen. Se alimentan succionando la savia mediante estiletes largos que esconden en una bolsa llamada crumena. Algunas especies, conocidas como cochinillas algodonosas, segregan filamentos y ceras a través de glándulas. Los machos, alargados y con un par de alas y antenas, carecen de aparato bucal funcional y su función es exclusivamente reproductora. En una población de cochinillas, los machos son escasos y difíciles de encontrar. A continuación listamos las especies más frecuentes: Chrysomphalus sp. (piojo rojo). Icerya purchasi (cochinilla acanalada). Lepidosaphes juniperi (cochinilla del enebro). Leucapsis pini (cochinilla del pino). Planococcus citri (cochinilla algodonosa). Saissetia oleae (cochinilla negra del olivo). Cochinilla algodonosa, Planococcus ssp. ¿Qué síntomas podemos apreciar en un bonsái con cochinilla? Las cochinillas dejan tras de sí señales inconfundibles para el ojo atento. Sus caparazones y escudetes, aunque vacíos, delatan su presencia pasada, adheridos tenazmente a hojas y ramas, recordándonos que allí establecieron su morada. A diferencia de los pulgones, que muestran preferencia por las hojas jóvenes y tiernas, las cochinillas no discriminan: colonizan tanto hojas nuevas como viejas, e incluso se aventuran sobre coníferas de aguja o escama. Su actividad provoca la aparición de pequeñas manchas amarillas en las zonas donde se han asentado, ya sea en el haz o en el envés de las hojas. En el caso de las cochinillas algodonosas, las masas de individuos y los filamentos blanquecinos que producen son perfectamente visibles. Las consecuencias para los bonsáis son el debilitamiento general. ¿Qué podemos hacer? Como prevenir y combatir a las cochinillas. Tras la infestación de cochinilla llegan los efectos secundarios en forma de fumaginas y negrillas. Sobre todo en los lugares sombríos donde las hojas están más tupidas y hay menos circulación de aire. No es solo el daño inmediato lo que nos debe preocupar, sino las consecuencias insidiosas que se esconden tras cada picadura. Esas diminutas perforaciones, abiertas por los estiletes de los insectos, se convierten en puertas por las que la savia se escapa, dejando tras de sí rastros dulzones, melazas que, como miel envenenada, atraen a una legión de oportunistas: bacterias y hongos que encuentran en ellas el caldo perfecto para su proliferación. Su presencia se delata por el característico polvillo negro que cubre la superficie de las hojas, una capa de micelio y esporas que impide que la luz alcance el haz foliar. Este oscurecimiento no solo afecta la fotosíntesis, sino que también desfigura la estética de nuestras plantas Negrillas, fumaginas, negreo u hollín son algunos de estos hongos que pertenecen a géneros como Alternaria, Capnodium, Cladosporium. Las hojas, antes verdes y lozanas, se deforman y desarrollan agallas, señales inequívocas del daño infligido por ciertas especies de cochinillas. Estos insectos, al succionar la savia, debilitan la planta y la hacen más susceptible a otras enfermedades. Además, la melaza que secretan atrae a las hormigas, que ascienden por las ramas en busca de este dulce néctar, estableciendo una relación simbiótica que agrava aún más la situación, aunque este caso es más frecuente cuando la plaga es de pulgones. Cada familia de cochinillas despliega estrategias de supervivencia dignas de la ciencia ficción. Las hembras de los diaspídidos, por ejemplo, erigen un escudo propio bajo el cual resguardan su puesta, una fortaleza que cuesta traspasar con los insecticidas más empleados. Por otro lado, las cóccidos utilizan su propio caparazón como baluarte, convirtiéndose en centinelas de su progenie. Y no olvidemos a las cochinillas algodonosas, de la familia Pseudocóccidos, que envuelven a su descendencia en una maraña de filamentos y ceras, creando un refugio tan etéreo como efectivo. La batalla contra los diaspídidos presenta sus propias complejidades. A menudo, nos encontramos ante la disyuntiva de si la cochinilla está viva o ha sucumbido. Si al intentar desprender el caparazón este cede con facilidad, exhibe una textura reseca y se fragmenta sin resistencia, podemos concluir que la cochinilla ha encontrado su fin. Sin embargo, su legado persiste, y la vigilancia constante se erige como nuestra mejor aliada en esta contienda silenciosa. En caso contrario, si el caparazón se desprende pero presenta un aspecto húmedo, la cochinilla está viva
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