Portada esmaltes 2 Laos Garden

Pasión por la cerámica XXXII. Los esmaltes en las macetas de bonsái (2ª parte).

Pasión por la cerámica XXXII. Los esmaltes en las macetas de bonsái (II).

En el anterior artículo dedicado a los esmaltes, abordamos aquellos más tradicionales y versátiles, los más empleados en la cerámica para bonsái. Conviene ahora hacer una distinción importante: los colores utilizados en macetas de mayor tamaño —desde chuhin en adelante— y en ejemplares de porte antiguo deben ser discretos. Estos tonos apagados armonizan con la madurez y solemnidad del árbol, motivo por el cual las macetas antiguas y, en especial, las pátinas que el tiempo les confiere, son tan valoradas.

En cambio, las macetas destinadas a bonsáis shohin y mame permiten una paleta mucho más amplia y viva. En estos formatos reducidos, los colores intensos y brillantes no solo son aceptados, sino que aportan un atractivo visual distintivo, enriqueciendo la presentación del árbol sin desentonar con su escala.

Si deseas profundizar en los distintos tamaños de macetas utilizados en el arte del bonsái, te invitamos a consultar el siguiente artículo: Los tamaños en las macetas de bonsái.

 

Pequeñas macetas shohin de Koyo Juko, en esmaltes rojo y morado. Colección Laos Garden.

Existen esmaltes menos habituales que se utilizan principalmente en macetas de pequeño formato, como las shohin y mame, y que abordaremos en próximos artículos. Entre ellos se encuentran el namako, kuka, takatori, sango, seiji, soba, temoku o tetsu, cada uno con sus particularidades estéticas y tradiciones asociadas.
Asimismo, en estos tamaños son bastante comunes las macetas de porcelana pintada, que han cobrado especial relevancia en las últimas décadas. Destacan entre ellas las piezas decoradas en estilo kutani, muy apreciadas por su viveza y riqueza cromática.

Maceta shohin de porcelana realizada por el ceramista alemán Martin Englert. Sus dimensiones son 16 x 12,4 x 4,3 cm. La pieza presenta delicados motivos geométricos y un paisaje barrido por el viento, ejecutados en un característico rojo anaranjado mediante la técnica akae, que toma su nombre precisamente del pigmento utilizado. Este estilo decorativo es común en la porcelana kutani y otras tradiciones japonesas. La maceta se presenta en una caja de madera kiribako, utilizada habitualmente para proteger y realzar piezas de valor. Haz clic en la imagen para conocer más sobre este tipo de cajas tradicionales.

Con frecuencia, nos consultan sobre el motivo por el cual los esmaltes se asocian principalmente a especies caducas, mientras que las macetas sin esmaltar se reservan habitualmente para las coníferas. Si bien no se trata de una regla estricta, sí responde a uno de los principios estéticos tradicionales en el arte del bonsái.
En la actualidad, esta elección es, sobre todo, una cuestión de armonía visual: los esmaltes aportan color y brillo, realzando aspectos destacados del árbol, como una floración exuberante o los tonos otoñales del follaje. En cambio, las macetas sin esmaltar ofrecen una presencia más sobria, en sintonía con la fuerza y permanencia de las coníferas.

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Ejemplares de Acer palmatum luciendo sus intensos colores otoñales en macetas esmaltadas en azul, blanco y amarillo. La maceta amarilla corresponde al mismo modelo de Koyo que utilizamos como ejemplo del tono Kii en nuestro artículo anterior, dedicado a los esmaltes. Pieza perteneciente a la colección de Antonio Richardo.

Aunque hoy se percibe principalmente como una cuestión estética, la distinción entre macetas esmaltadas y sin esmaltar tiene, en realidad, un origen más práctico relacionado con el cultivo. Antiguamente, los sustratos empleados tendían a compactarse con rapidez, y los abonos disponibles generaban una mayor acumulación de residuos. Esto obligaba a realizar trasplantes con mayor frecuencia, especialmente en especies caducas.

En la actualidad, gracias a la mejora en la calidad de los sustratos —mucho más sueltos y estables— y el uso de abonos más limpios, los periodos entre trasplantes se han alargado considerablemente. Los árboles caducos, que toleran mejor los trasplantes, pueden ser replantados incluso cada temporada si fuera necesario, generalmente al inicio de la primavera, al menos en climas como el nuestro y para la mayoría de especies.

Por el contrario, las coníferas y especies perennes muestran una mayor sensibilidad a los trasplantes, en especial ciertas variedades. Esto contribuyó a que tradicionalmente se emplearan macetas sin esmaltar para este tipo de árboles. A diferencia de las esmaltadas, las macetas sin esmalte conservan su porosidad natural, lo que favorece una mejor oxigenación del sustrato y una gestión más eficiente de la humedad, permitiendo así espaciar los trasplantes. Incluso en las macetas esmaltadas, el interior y la base suelen dejarse sin cubrir por la misma razón.

En las últimas décadas, sin embargo, algunos autores como Suishouen Hekisui, Yoshimura Shuuhou o incluso Aiba Kouichirou han experimentado con esmaltes más vivos y llamativos en macetas de mayor tamaño, como las chuhin. Aunque esta tendencia no se ha generalizado, refleja una apertura estética que convive con la tradición.

Impresionante maceta del maestro Aiba Kouichirou, en formato chuhin, decorada con un esmalte de gran expresividad, que combina una base azul con matices púrpura y rosados.
Dimensiones: 47,5 × 36,5 × 12,2 cm.
Imagen procedente del archivo Laos Garden.

Antes de adentrarnos en la riqueza cromática que ofrecen frutos, flores y hojas, y en cómo armonizar esos matices con los esmaltes de las macetas, me gustaría compartir un ejemplo que rompe, de forma muy significativa, con las normas tradicionales que hemos venido comentando.

Se trata de un caso emblemático: un pino —una conífera— plantado en una maceta esmaltada en blanco, imagen que ilustra la portada de uno de los abonos más reconocidos en Japón, el Tamahi Joy Agris. Esta elección no es casual. En la isla de Hokkaido, la más septentrional del archipiélago, crecen pinos de montaña que, durante buena parte del año, permanecen cubiertos de nieve. La maceta blanca simboliza precisamente esa escena invernal.

Existe incluso un dicho popular japonés que hace referencia a esta imagen: Hakusha Seisho, que puede traducirse como «pino verde en maceta blanca». Por este motivo, no es raro que, en ciertas ocasiones, se planten coníferas en macetas blancas, en un gesto cargado de sentido estético y cultural.

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Lata de Tamahi Joy Agris de 8 kilos. Pincha en la imagen para saber más sobre este abono.

La correcta elección del color de la maceta

Los colores del otoño, así como los de los frutos y las flores cuando están presentes, aportan el acento visual y emocional que define el carácter del árbol al contemplarlo. Como exploramos en el artículo anteriores dedicados a los esmaltes, la elección del color adecuado para la maceta no responde únicamente a criterios estéticos: también entra en juego una cierta dimensión psicológica y cultural.

Es importante comprender que nuestra percepción, desde una perspectiva occidental, no parte de las mismas referencias socio-culturales que en Oriente. Esta diferencia se refleja incluso en aspectos tan fundamentales como la escritura: mientras en Occidente escribimos de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha, en buena parte de Asia tradicionalmente se hace de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda.

Este simple hecho influye en la forma en que se interpreta una imagen. Por ejemplo, si un barco aparece en la esquina superior derecha de un cuadro, un espectador occidental podría percibirlo como alejándose, mientras que para un observador oriental podría parecer que se aproxima. Con los colores ocurre algo similar: su lectura y efecto emocional varían según el contexto cultural, y esto influye también en cómo se integran en la composición de un bonsái.

Arce palmatum en maceta crema y arce burgerianum en maceta azul, ambos con sus colores otoñales. Colección Laos Garden.

El color rojo, en la cultura occidental, suele asociarse con la pasión, la energía, la excitación e incluso con el peligro. En cambio, en muchas culturas orientales, el rojo tiene un significado profundamente positivo: simboliza la celebración, la prosperidad, la fortuna y la buena suerte.

Un dato revelador que ilustra esta diferencia es el uso del color en las bodas. Mientras que en Occidente el blanco es el color tradicional del vestido nupcial, en Oriente ese mismo blanco se asocia al luto y a la muerte. Allí, en cambio, es el rojo el que viste a las novias, como augurio de felicidad y abundancia.

En las fotografías se aprecian los intensos frutos rojos del manzano ‘Everest’, una variedad muy apreciada en bonsái, así como los de un cerezo en su plenitud.

La floración de las azaleas constituye un caso especialmente destacado. Estas especies ofrecen una amplia gama cromática que abarca desde el blanco puro hasta los rojos intensos, incluyendo una rica variedad de tonalidades rosadas y violetas.

Sin embargo, recuerdo que en uno de mis primeros viajes a Japón, algo que me sorprendió profundamente fue la colección de azaleas del maestro Kunio Kobayashi. Se trataba de ejemplares imponentes, con una floración exuberante y vibrante, que, curiosamente, estaban expuestos en antiguas y nobles macetas sin esmaltar.

La elección no era casual. En estos árboles de gran porte, el protagonismo no recaía en las flores, sino en la fuerza visual del nebari y el calibre del tronco. La sobriedad de las macetas sin esmalte permitía que esos elementos estructurales destacaran con mayor claridad, en un equilibrio buscado entre potencia y elegancia.

Azalea en maceta sin esmaltar de Kunio Kobayashi.
Kunio Kobayashi
Con Kunio Kobayashi en su jardín.
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Frutos de Pyracantha en tonalidad naranja, aunque esta especie puede presentar también frutos en rojo o amarillo, según la variedad.
Fruto de caqui, en todo su esplendor otoñal.
Frutos de madroño, destacando por mostrar simultáneamente sus tres etapas de maduración en distintos colores.
Todas las imágenes pertenecen a la colección Laos Garden.

Para orientarnos en la elección del color del esmalte, podemos recurrir al círculo cromático que presentamos en Pasión por la cerámica XXXI, el artículo con el que iniciamos nuestra exploración sobre los esmaltes. 

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Circulo cromático de Friedrich Wilhelm Ostwald

Tomemos como ejemplo el fruto del caqui, que se sitúa en el círculo cromático en la gama del naranja (tono 5). Para realzar su color de manera armónica, encajarían perfectamente los tonos opuestos del espectro, como los azul turquesa correspondientes a los números 16, 17 y 18. Estas combinaciones generan un contraste visual equilibrado y muy atractivo.

Hojas teñidas de amarillo otoñal y la presencia sutil de frutos en las mismas tonalidades como el membrillo. Colección Laos Garden.

En la cultura occidental, el color amarillo ha sido tradicionalmente vinculado a significados poco auspiciosos, como la mala suerte o el peligro. No obstante, en Japón, este mismo color posee un simbolismo profundamente distinto: es considerado viril, sagrado e imperial, asociado a la aristocracia y al coraje.

En esta composición cromática, los tonos amarillos —1, 2 y 3— dialogan con los azules marinos —13, 14 y 15— en una tensión visual y simbólica. En la tradición japonesa, estos últimos evocan la inmortalidad, creando así un contrapunto entre fuerza terrenal y trascendencia espiritual.

CALLICARPA

A la izquierda, el fruto de la Callicarpa, conocido por su intenso color violáceo; a la derecha, delicadas flores de azalea en matices púrpura. 

Para armonizar los tonos morados —correspondientes a los números 10, 11 y 12 del círculo cromático— se sugiere el uso de verdes inspirados en el follaje, representados por los tonos 22, 23 y 24. Esta combinación establece un equilibrio visual que remite a contrastes presentes en la naturaleza, sutiles pero profundamente expresivos.

La flor del cerezo (Prunus), conocida como sakura, representa uno de los emblemas más reconocibles y apreciados de la cultura japonesa. Este nombre se aplica a las flores de distintos géneros de Prunus, evocando la fugacidad y la belleza efímera de la naturaleza. A su lado, la flor del manzano (Malus ‘Everest’) despliega su delicadeza, aportando un contrapunto sereno y armónico. Ambas especies ofrecen una fuente inagotable de inspiración cromática y simbólica para la cerámica contemporánea.

Existen combinaciones cromáticas que, sin ser complementarias en el círculo cromático, logran una armonía visual notable. No obstante, es importante tener en cuenta que, en el caso de árboles que expresan una apariencia de vejez, los esmaltes deben presentar una tonalidad apagada; cuanto menor sea su brillo, mayor será la sensación de autenticidad. Se valora especialmente el efecto de antigüedad, la presencia de pátina y el acabado mate, cualidades que adquieren particular relevancia en piezas de gran formato.

Por el contrario, en tamaños shohin, como se mencionó anteriormente, el espectro cromático se amplía considerablemente. Estas pequeñas dimensiones permiten el uso de esmaltes más vivos y colores llamativos, sin perder la elegancia propia de la cerámica de calidad.

Para profundizar en el tema de los esmaltes:

Créditos:

Fotografías del archivo Laos Garden.

 Tokoname.jp y diversas fuentes en red.

Fotos Japón y colección Antonio Richardo.

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